Cuando comencé el viaje solo había en mis bolsillos unos cuantos billetes, no muchos. Lo increíble es que he vuelto completamente rico. Rico de amigos del país que se imaginen, de aprendizajes internos y externos que dejan un mar en calma, pupilas dilatadas; al descubierto: colores diferentes, cascarón roto, sed colmada de un vaso de mundo.
Doy gracias a la vida, por ser una sola, por ser tantas las cosas preciosas que pueden guardarse en una mochila, bolsa de tela que abraza liviana la espalda y se deja llevar tal cual casita de caracol.
El mapa se avanza lento, porque lento es el gozo con que se atrapa la alegría; esa que brota cada hora en cada día; prueba ello esa línea curva que se dibuja espontánea, permanente, en los solteñidos rostros viajeriles.
El viaje ensueño enseñome:
Que las cosas son más posibles que las posibilidades.
Que las gentes son mas buenas que en las noticias de la tele.
Que la belleza se esconde en las espinas tanto como en las madreselvas.
Que la negrura es guapa como la blancura.
Que la locura es cuerda como la guitarra.
Que el sol se puede respirar.
Que la lluvia se puede caminar.
Que el viento viene y se va por las fronteras.
Que actuar como niño te hace grande.
Que con tres remeras y un pantalón alcanza.
Que las horas no son peligrosas a las 3 de la madrugada en ese "peligroso" barrio de esa ciudad "peligrosa".
Que al miedo hay que torcerle la muñeca.
Que se puede almorzar pasadas las 4 del mediodía, que vasta comer una vez al día.
Que desenvainada la acción se apuñala al deseo; que este vuelve a nacer y ser muerto de nuevo… tantas veces como capacidad de sueños abracemos.
Felicidad y buenos caminos a los seres que han ayudado a mi aventura. También a los que no lo han hecho por temor u alguna otra razón.
A los amigos viajeros, gracias por los momentos compartidos, las enseñanzas transmitidas y las energías alineadas.
He regresado a mi querida tierra. Feliz, rico como frutillas con crema.
Gracias, vida…