Fumigaciones Naturales

viernes, 19 de diciembre de 2008

La fluorescente zumba constantemente adueñándose del silencio. A veces, como ahora que llevo bastante tiempo sentado sin hacer nada, el ruido se hace insoportable, pero sin su presencia me sentiría solo, menos acompañado. Como decía, llevo largo rato sentado, espalda encorvada, manos abiertas y apoyadas sobre los muslos flacos que siempre tuve.
Hace mucho calor, las cosas comienzan a oler mal. El tarro de basura rebalsa, es un laboratorio de hongos pelusientos.
Cuesta adivinar los dibujos de los azulejos, no se distinguen si son cruces o flores. El film de grasa y aceite empapela cada milímetro de la cocina. La montaña de platos sucios alcanzó la considerable altura de 20 centímetros por sobre el nivel de la mesada, cualquier microbio que llegase a la cumbre bien podría sentirse orgulloso de la conquista.
Desde la canilla, una gota cae precisa cada dos segundos, se estrella en la cúspide vidriada e interrumpe la monotonía musical del fluorescente. Gota, zumbido, gota. Zumbido, gota, zumbido. Bis – bis.
Pienso en la gota, que maltrecha por el estampido se pasea por los declives de la loza hasta encontrar el drenaje. Parte de su cuerpo se pierde en el trayecto, parte se lanza hacia un mundo oscuro y desconocido, el mundo del sifón; ahí la espera un colchón de basura que amortigua el golpe. Duerme panza arriba hasta filtrarse, luego se acopla a un río turbio que viaja por la cañería, sigue camino por la red cloacal hasta alcanzar el desagote y por fin el mar, donde gotas como éstas encuentran su libertad.

Llega una mosca y se posa en mi oreja, vuelvo a la realidad. Es verde, hinchada de gorda, brillante hasta la repugnancia. La veo por el espejo de enfrente. Estiro el brazo hasta alcanzar un trapo viejo que está en la otra punta de la mesa, lo enrollo formando un chorizo de tela (siempre con movimientos lentos para disimular la intención asesina) y cuando menos lo espera suelto un latigazo que acierta de lleno en su exoesqueleto. Reventada, con las tripas desechas, cae redonda al piso, mueve sus alitas en el último intento de huida, en vano. Que mundo el suyo... si yo fuera mosca y me encontrara en un spá tan genial como mi cocina estaría igual, gorda y verde. Y si viera a un tipo sentado, inmóvil, lo primero que haría sería posarme en su oreja y echarme una buena cagada. Molestar hasta la muerte. Me pregunto si habrá cosa más insulsa que nacer insecto. En eso, una cucaracha pasa corriendo bajito y se esconde bajo la heladera. Otra me trepa el pié y se escabulle por la botamanga del pantalón. La desesperación no se hace esperar, siento esa inmundicia recorriendo toda mi pierna, el culo, los testículos. Es una y parecen veinte, Dios mío! Siento 20 dentro de los pantalones! No me dan las manos para desabrocharme el cinto. Intento sacar una pierna del pantalón y me llevo puesta una silla, comienzo a perder el equilibrio y a dar saltitos sin dirección, tiro dos sillas mas, resbalo en un charco de leche podrida y con las manos avocadas en rechazar la cucaracha ni siquiera atino a detener el golpe inminente. Como un martillo, golpeo con la cabeza el espejo del modular haciéndolo añicos y caigo al piso. Me toco la cabeza y la siento húmeda, es sangre. A mi lado, el cadáver de la mosca. En la planta del pié, la culpable del accidente hace sus últimas cosquillas y se va al encuentro de sus colegas debajo de la heladera. Si algo de patético le faltaba a esta mugre de escenario era que la pila de platos sucios se desplomara sobre mi cara, y así fue. Inmóvil, tendido en el piso, en la infección del piso, con el cuerpo frágil como una gota de agua me fui hundiendo en una oscuridad circular. El tubo fluorescente parpadeó junto con mis ojos hasta apagarse, en una soledad insoportable.

Amoricidios

jueves, 11 de diciembre de 2008

Tiraban del corazón como locos, le clavaban las uñas, querían llevárselo entero a pedazos.
Antes eran dos locos lindos, ahora son dos locos.
Se escupen trompadas a cara de perro, mostrándo los dientes.
Es ese corazón, lo quieren hasta el hartazgo, pero es uno, y los dos son dueños, y quieren quererlo entero y odiarlo entero, para siempre.
Entonces lo destrozan en partes, para no compartirlo.
Se va ajando, se descarna el rojo, se pela como viruta y alrrededor hace frío, mucho frío.
Ese invierno feroz que quizás dure toda la vida.

Llevan tiempo así, parecen tener cada vez mas fuerzas, por dentro no, por dentro es el viento en el acantilado. Ninguno se rinde porque es una lucha y alguien debe vencer.
Es un trofeo. Lo quiero yo, quereme a mí, te quiere a vos, ¿me querés?

El corazón desgarrado, en hilachas, queda sangrando la vida. Lo despedazan estos dos buitres de picos filosos.
Aatraídas por el olor dulzón de la sangre llegan las moscas, lamen los últimos azúcares, parasitan la carne. En las cavidades anidan comadrejas, ratas, cosas inmundas.
Lo que queda de él lo devoran los gusanos.




Pasaron los años y el niño se hizo hombre. Lleva el destrozo en el alma, corazón ya no tiene.
Y esos dos, que decir de esos dos grandulones, ninguno ganó mas que el arrepentimiento. Llevan tristeza de viejos, viejos los ojos que se les llenan de lágrimas.

El negocio del elefante

viernes, 28 de noviembre de 2008



El elefante Gladiolo, mentor del negocio, fue detenido por fuerzas policíacas en inmediaciones de la selva del Congo.
Según parece, dichas fuerzas venían investigando el asunto hace rato.
En horas de la madrugada se supo la verdad. Él paquidermo compraba arrugas a gentes de todas partes del mundo a
precios regalados.
Como es bien sabido, ninguna persona quiere sus arrugas, nadie aceptaba naturalmente las marcas del tiempo. Hablo con conocimiento de causa. Mi tía Lupe se quitó las arrugas de la cara, 75 en total, en una clínica implicada en el asunto. El centro estético enviaba las arrugas extractadas al continente negro ocultas en vacunas contra el Tifus. Como éste, existían cientos de laboratorios vinculados al negocio y cientos de artilugios para el contrabando.

- El sistema era variado- declaraba Gladiolo - A veces las traían los mandriles, a veces venían ocultas en las rayas negras de las cebras o en las melenas de los leones.


- ¿Usted no sabe que no se puede mezclar en negocios con los humanos? – Indagó soberbio el Juez.

Gladiolo frunció el seño.

- ¿A caso ustedes no hacen negocios con los elefantes?
Mi abuelo y dos de mis hermanos fueron vendidos a un zoológico de la ciudad de París.
Miles de amigos fueron acribillados y perseguidos por el marfil. Mi tatara tatara abuelo fue convertido en teclas de piano y mi tío Alfio está embalsamado en el museo de ciencias naturales de Ottawa.

- Infame!! Lávese la trompa antes de hablar así de nuestra raza! Miles de años de evolución para que un animal como usted nos venga a blasfemar de ésta manera.

Gladiolo fué maltratado verbal y físicamente a lo largo de todo el juicio. Cuando se negaba a confesar lo encerraban en el calabozo y le soltaban ratones. Cierto día le hicieron oler pimienta para luego atarle un nudo en la trompa. Lo disfrazaban con tutú rosa y moño tono, y lo paseaban en la plaza pública para algarabía de todos.

Una vez encontrada la punta del ovillo se procedió a descifrar el uso que los paquidermos daban a las arrugas.
Entonces, después de varios “interrogatorios”, Gladiolo confesó:
- las arrugas que ustedes detestan, tienen un potencial increíble. A nosotros nos encanta arrugarnos. Hasta les regalamos arrugas a nuestros bebés recién nacidos para que vengan al mundo ya sabios y salvos.

Haciendo un paneo general en la corte, el gesto era unánime: bocas abiertas, ojos que buscaban ojos cómplices, cierto desconcierto. Murmullos que crecieron a gritos que maduraron en discusiones.

Lógico, en el fondo todos conocían la verdad soslayada.
Semejante cachetazo a la grandeza humana hizo entreabrir un poquito los ojos.
Países ventajeros, perdón, desarrollados, exportaban a modo de regalo sus arrugas hacia el África. Materia prima que sumaba memoria y sapiencia a los elefantes y reducía cerebritos en las grandes ciudades.

Tiempo después el elefante fue absuelto y ya nadie se acuerda de nada. El contrabando arrugado sigue creciendo a ritmo agigantado.

Ina Big Bang

lunes, 24 de noviembre de 2008


A pequeña Ina le creció el mundo de golpe. Le creció adulta en su alma de niña, le brotó un retoño en su cuerpo estudiantil, un marido, un auto, una casa y un trabajo a profesión. Pequeña Ina no entiende la injusticia en su inocencia, ni el orden en el desorden natural de su simpleza. Combina rojos-verdes-violetas-amarillos en lugares grises-grises -grises-grises.Se bambolea en el aire para olvidar. Vuelta y vuelta y se marea, contenta, loca de felicidad. Sus cabellos camaleón, su carita redondeada, sus ojitos amistad. Sus uñas despintadas, sus labios como hilos, su corazón que se deja abrazar.Treinta veces niña Ina, y no lo puedés dominar. Este mundo que te explota de las manos, que te saca el barrio y te devuelve ciudad.Fue a entendidos para averiguar. Le explicaron lo del BIG BANG. Puso cara de mula y se negó. El Universo desbordando y ella que lo trata de domar. Una mano en ser mamá, una pierna en el trabajo, otra mano en la amistad, y la pierna que le sobraba haciendo equilibrio en el caos. Hermosa niña Ina…

*A mi amiga Anita.

El secreto en su pelo.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Sucede de noche, cuando después de amarnos se acomoda boca abajo en la cama para que le acaricie el pelo, costumbres de su especie a las cuales accedo de inmediato.
Duerme, la miro, entonces comienzo a trepar la funda de la almohada. Lenguas de arena abrazan las sábanas, se desparraman por todos lados copiando su cabello ondulado, largo como el borde del mar. Hay caracoles rotos, trozos de coral y piedras diminutas que esperan hundirse en mis pies descalzos. Pequeñas trampas que vigilan la entrada a las dunas, la entrada a su secreto.
El viento dibuja la arena, hace con los médanos lo mismo que con el mar. Una gaviota se hamaca en cielo. Vuela en espiral amenazando con venirse a pique pero no, hace un ocho y se lanza en picada. Pasa razante sobre mi cabeza. La amenazo con los puños en alto “decí que no vuelo, que si no...” y mientras descargo la bronca en lo alto piso un caracolito en lo bajo. Se ensarta de lleno en mi dedo gordo del pié.
Es terreno minado, sus defensas obligan a replantearme si la expedición debe seguir adelante. Creo que si, que debo descubrir no se que cosa sobre ella, aunque me lastime.
Ahora es una flota de cormoranes. Vienen de pico torcido riendo en su idioma pajarezco. Esta vez no es un ataque, solo ríen mientras se alejan torciendo el cogote de vez en cuando para no perder de vista al bufón de la comedia.

Su voz salpica mi oído. Si, al ras del agua viene viajando bajita. Al ras del agua que crece en onda suena su voz. Se arriesga, se posa la punta, serfea velozmente vibrando en la gota última de la ola y ¡palsh!... se estrella en un charco de espuma que lame mis empeines, mis rodillas y me traga entero.

Los rayos del sol reflejan algo dorado en el fondo. Apuro el nado y estando cerca la cosa pega un sacudón y sale disparada como un torpedo dejándome una cosquilla de burbujas en la cara. “Es ella”
Se esconde en un banco de algas violetas. Su naricita rosa asoma perfecta. Aparto la cortina de algas y ahí está, con su sonrisa tímida, con sus ojos grandotes pícaros y algo dulces, siempre desnuda, como le gusta estar. La invito a salir. Acepta, y me enrosca una cola de pez dorada que nace desde su cintura.
- Sos una sirena – le digo . Sonríe.
- Estas pleciosa (sinónimo exaltativo de: preciosa) - Sonríe mas y me besa, tan profundo que me deja sin fuerzas. Tanto que me desmayo.
Abrimos los ojos al mismo tiempo. El beso sigue, sus piernas enrolladas en las mías como nos gusta siempre que estamos en la cama.
Pasa un rato, seguimos en idéntica posición hasta que nos desagarrapatamos.
Me mira enojada. Se pone furiosa y me dice entre ahogos y llantos que ahora ya se su secreto, que así no se puede y que se vuelve al mar, de donde nunca tendría que haber salido.
Desnuda baja las escaleras, pega un portazo y se va dejándome ver por última vez pelo. No se si para siempre. Se va.

La enfermedad del sillón

lunes, 17 de noviembre de 2008

El sillón estaba ahí desde antes que supiéramos del mundo, verde musgo, húmedo y gastado. Pero lejos de la normalidad de cualquier mueble, éste sufría una rara enfermedad. Anita me dijo que el sillón estaba enfermo y que de un día para el otro le habían brotado monedas en el respaldo, en los posa brazos, en los almohadones, en todos lados. Que la primera que encontró, si mal no recordaba, era una de cobre, le siguieron 3 de plata, una de Uruguay y 8 de diferentes tamaños y valores. Después perdió la cuenta. Anita tenía que decir la verdad, era la dueña de la casa y del sillón. No creo que se tomara el trabajo de sujetarlas con pegamento, además cuando las recogíamos no quedaba evidencia alguna de pegote, ni siquiera ofrecían resistencia. Es más, a las pocas horas aparecían otras, como granos en la cara, sumándose al acné general.
Javier tampoco encontraba explicación lógica, decía que eso lo pasaba a los sillones muy viejos, como el de Anita, y que él tenía un tío en el campo, de mote “Galo”, poseedor de un sillón de idéntica sintomatología.
Le preguntamos a Javier si nunca había averiguado a su pariente la causa del misterio y el nos contestó que en ese entonces era muy chico y que hablaba muy pocas palabras como para indagarle dicha cosa.
Anita sugirió que debíamos ir a visitar al tío de Javier para revelar el misterio. Los tres acordamos la expedición y decidimos partir lo antes posible, al día siguiente.
El gallo cantó que se escuchó en todo el pueblo. A las seis y media nos encontramos en la esquina de casa y comenzamos el viaje.
En el camino Javier nos advirtió que no nos asustáramos, que tío Galo estaba un poco chiflado y que tendríamos que seguirle la corriente para entrar en confianza.
Luego de tres horas de caminata por senderos ripiosos llegamos a destino. La casa era grande, estilo colonial. Nos recibió un perro petizo y gordo, tan gordo que le costaba mover la cola.
- ¿Quién anda ahí Matute? – gritaron desde adentro de la casa. La puerta estaba entreabierta.
El perro ladró tres veces.
- ¿Estás seguro Matu? – dijo la misma voz. El perro volvió a ladrar y la puerta comenzó a abrirse de a poquito dejando asomar una nariz enorme llena de pozos, unos lentes culos de botellas, labios hundidos a falta de dientes y lo que es peor, una escopeta de dos caños que apuntaba directo hacia nosotros.
- Rogelio, te dije que no te iba a pagar el chancho flaco que me vendiste! - gritó el de la escopeta, escupitajos por medio - Encima venís con dos patoteros más.
Flor de susto nos pegamos. Anita y yo le metimos codazos en las costillas a Javier para que reaccionara.
- Tío Galo, soy yo, Javier, tu sobrino del pueblo.
- Ah sí, y yo soy Moria Casán sin peluca. Matute nunca miente. Justo a mi me van a venir a engrupir.
Con solo mirarnos nos dijimos todo. Efectivamente el viejo estaba fuera de sus cabales, y en su locura, de alguna manera se comunicaba con el perro.
- Mirá tío, si querés te puedo decir la fecha del cumpleaños de tu hermano Pedro, que es mi papá…
Y al fin tío Galo, con tan precisa información, bajó la escopeta convencido de que era su sobrino quien venía a visitarlo junto con dos amigos más. A la pasada le pegó un puntín al perro acusándolo de que cada vez se le entendía menos cuando hablaba. Pasado el malentendido, nos convidó chocolates artesanales y entablamos una conversación mas civilizada.
- ¿Tío, todavía tenés ese sillón que brota monedas?.
- Si m’hijo, ¿cómo no voy a tenerlo?
Y nos llevó hasta el living. Era verde, bastante más grande que el de Anita, pero curiosamente no tenía moneda alguna en toda su extensión.
- Pero… ¿qué pasó con las monedas? – dije yo.
- Ah, es que cuando descubrí por que las brotaba, dejó de hacerlo. – dijo tío Galo.
Entonces a pedido nuestro nos reveló el misterio:Puso un puñado de diez monedas en los bolsillos del pantalón de Anita y repitió la misma acción con Javier y conmigo. Nos invito a sentarnos de a uno a la vez en el sillón, y luego pidió que revisáramos los bolsillos. Para sorpresa, a todos nos faltaba alguna que otra moneda. Luego levantó los almohadones, las recogió y nos dijo:
- ¿A quién no se le ha escapado una moneda del pantalón al acomodarse plácidamente en un sillón? Cuanto más viejo un sillón, más gente se ha sentado, por lo tanto más rico es el tesoro que esconde; llega un día en el cual su dueño se digna a limpiarlo, y ahí comienzan a aparecer los centavos. Quedamos asombrados, la teoría había colmado nuestras expectativas, y cuando estuvimos de regreso en casa de Ana, efectivamente revisamos los almohadones y curamos al sillón. Meses más tarde, volvió a enfermar apestando de monedas de todo tipo y valor.

La buena acción del Almasucia.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Como ocurre a menudo, los Uñasucias reciben moneditas brillantes que algún Almasucia reparte porque le sobra, porque no las necesita.
- Una ayudita señor – dice el Uña con un hilito de voz especialmente vocalizado para hacer llorar a las estatuas. Picardías que aprenden en la escuela de la calle.
Ante la súplica, una enfermera aparece de la nada en la psiquis del Almasucia y enseguida proyecta el típico cartel con el dedo cruzando la boca: SHHHT!!! Silencio de punta en blanco. Comprendamos, le da pudor, sudor, hasta escalofríos cruzar palabra con estos seres.
- De que voy a hablar - piensa el Alma y se encoge de hombros, se encoge pequeñísimo – no vaya a ser que le de la mano y me trague el codo o el hombro y termine devorándome por completo.
Eso si, reconozcamos el mérito; no se sabe como pero el sujeto logra desprenderse de una brillante y redonda moneda de invalorables tantos centavos.
-Ahora si que estoy limpio – Se dice convencido.
Tiempo después, con mucha humildad, el Almasucia comenta lo sucedido en algún club de country – hoy ayude a un Uñasucia que estaba tirado en la vereda, pobre, tenía un Uñasucita en brazos todo flaquito y encorvadito... ¿Che, vos al final te compraste los habanos importados de Cuba??
Luego le resta ir a misa, hablar de lo mal que está el mundo con el sacerdote y acostarse con una muchacha joven en una cama con sábanas de ceda.

Fin de la acción.

Breve introducción a la suciedad.


No se si alguna ves te fijaste en esto, pero a veces todo es nada y nada es mucho, nunca todo es todo ni nada es nada. He aquí la cuestión.

Los Almasucias no tienen nada. Los Uñasucias en cambio tienen muchas cosas. Tienen las noches largas, el frío y el calor insoportables. Tienen un hueco en el estómago y un traje de diarios de ayer. Tantas cosas tienen que se podría hacer un inventario al que seguro se le agregarían cosas día a día.

Bigote

Bigote, le decíamos así porque en toda su adolescencia nunca vimos asomarle ni siquiera un pelo en la cara. No se si era lampiño o que. La cosa era que a Bigote le hervían las orejas cada vez que lo llamábamos así.
De pibes éramos como uña y mugre. “La Fire”, así se llamaba la barra.A los 18 años Bigote se fue a la capital sin despedirse. Nadie hubiese imaginado que años mas tarde volveríamos a encontrarnos los cinco, ¡y de qué manera!
Los demás nos quedamos en la ciudad y seguimos la amistad hasta el día de hoy. Cacho estudió medicina junto conmigo. Piedra se puso a laburar y llegó a gerente de una empresa portuaria. Yo tenía un consultorio en calle Artigas, era buen profesional, al menos así lo decían mis pacientes octogenarios.
Alejo ejercía como director del Policlínico Privado del Sur. Hacía buena plata con los tejes y manejes de la institución.
Los domingos, solíamos juntarnos a comer asados. Ese domingo estábamos reunidos en casa.

- ¿Che, que sabes de Bigote?
- Nada.

El pasar de los años, que llena de nostalgia los corazones, hace que los momentos lindos que vivimos no se mueran nunca, y cuanto más lejanos, más perfectos y gratos a la memoria. Como aquella vez que fuimos a debutar al “Bar” de Ramón. Ariel, mi hermano mayor, se ofreció de chofer y nos llevó hasta el lugar. Quedaba en las afueras de la ciudad, por la ruta 35.
Ramón, un peruano petiso y lustrado, nos hizo sentar en un banco de madera y nos dijo que esperáramos un rato. En frente había una escalera. Arriba, una habitación con la puerta entre abierta de la cual salía una luz tenue.
Estábamos como en misa; no por respeto, sino porque teníamos un miedo de aquellos.
La puerta se abrió y la mujer comenzó a bajar las escaleras a paso de pantera, haciendo resonar los ta-cos-a-gu-ja-ro-jos-ru-bí. Nos relojeó de arriba abajo, caminaba de un lado al otro, yendo y viniendo delante nuestro mientras fumaba un Virginia Slim`s.
Se detuvo frente a Bigote, se agachó, y mientras le acariciaba la pera dijo:
- Pero miralo a éste, si no tiene ni pelusas en la cara.
Nosotros no pudimos contener la risa, y a Bigote le entró a hervir las la cara. Se paró como resorte, le dio un empujón a la dama y se fue del bar bajando un avemaría de puteadas que alcanzó para todos.
La cosa es que tuvimos que postergar nuestro ascenso a machos cerca de un mes, porque la puta, producto del empujón de Bigote, fue a dar con la cabeza de lleno en la punta de la mesa de recepción y ahí quedó, desmayada, toda ensangrentada. Ramón nos echó a patadas por el culo.

- Las últimas noticias que tuve es que se casó y tuvo dos hijos.
- Mirá vos, se casó…
- Si, se casó. Que tiene de raro.
- No, nada. A mí me habían dicho que “selamastic”.
- No seas guacho, ha tenido sus noviecitas.
- Si, pero todas lo dejaban al tiempito.

Yo creo que todas sus novias lo dejaban al enterarse del mote, no por maricón. Aunque; viéndolo desde el punto de vista de que: el no tener ni un pelito en la cara lo afeminaba bastante, o al menos a eso apuntaba la gastada, puede que lo haya condicionado a la femineidad, y ésto, advertido por sus novias, influyese en el corte inminente de las relaciones. Debe ser terrible que un sobrenombre influya tan negativamente en uno. Más cuando no es tan descalificativo; “Bigote”, no es para tanto. Él mismo se encargó de hacerlo gravísimo con las actitudes que tenía cada vez que lo pronunciábamos.
A propósito, Cacho se terminó casando con Gloria, la primer novia que tuvo Bigote y que tanto amó.

- Que será de nuestro amigo… se fue así, de un día para el otro, ni siquiera
se despidió.
- También… fue pesadito lo que le pasó a la familia.

Resulta que la hermana de Bigote, Marianita, una mina preciosa; estudiosa, abanderada, católica a ultranza, dejó mal parada a toda la familia en el escándalo favorito de la ciudad, digo favorito porque ocurrió hace más de 10 años y la gente siguió hablando de él como si hubiese ocurrido ayer. Si no fuese por las fotos subidas a Internet nadie hubiese creído que tan honrada mujer había participado de semejante orgía eclesiástica. Padre Marcelo como anfitrión, Hermana Salomón y Monseñor Tordillo como invitados y la participación especial de la porno-star hermanita de Bigote.

- Fue noticia internacional. Se tuvieron que ir.
- No les quedaba otra, viste como es la gente. Hay que bancarse después las miradas
prejuiciosas de todo el barrio, eh!

Y ese mismo día, en casa, mientras charlábamos sobre Bigote sentados en el paredoncito que da a la vereda, el patrullero dobló en la esquina, encendió la sirena y frenó abruptamente frente a nosotros haciendo chillar las gomas.
Se bajó un agente con la 9 milímetros en la mano y nos dió la orden de permanecer callados, manos contra la pared, cabeza gacha y piernas separadas.
Efectuó la requisa y como en un pase mágico nos introdujo disimuladamente un par de bolsitas en los bolsillos, luego las sacó y dijo: - ¡Ajá, así que levantan la guita fuera de la ley!-
Se rió torciendo la boca, nos esposó y metió en el asiento trasero del patrullero. Intenté pedirle explicaciones de porqué había actuado de semejante manera y el tipo me pegó un culatazo en la sien que casi me desmaya.
Nos miraba como con rabia, uno por uno. No le veía los ojos porque llevaba esos lentes ridículos color ladrillo que usan los policías pro yanquis, pero el odio le traspasaba los cristales, podía sentirlo. Se acomodó el falso bigote mirándose en el espejito retrovisor del auto y dijo:

- Pedazos de mierda, ahora van a ver ustedes… Se van a pasar varios años de martirio insufrible, casi tantos como los que yo pasé siendo su amigo.

El verano de los bichos

viernes, 7 de noviembre de 2008

- ¿Vas primero vos o yo?
- Dale, dale.
- ¿Dele qué? ¿Quien primero?
- Vos.
- ¡Ay, ay, ah...! Que placer, me vuelvo loco.Che... ¿Donde estás? No hagas bromas.

Así terminaría un hipotético diálogo entre insectos hermanos de sangre sobrevolando el farol caliente de una casa cualquiera en una noche de verano.
Insectos alados adictos al calor. Pobrecitos
Un juego pueril; a ver quien da mas vueltas alrededor del farol. Peligroso sin dudas. Tanta vuelta y revuelta llega el mareo y luego, el choque inminente insecto contra insecto, o explosión de tripas cocidas en la parrilla hirviente del farol, cristalina cárcel del sol. Sol artificial por supuesto.
Así es con estos bichitos testarudos, fototrópicos camicaces del resplandor.

No había de dudar, tenía decidido modificar este extraño comportamiento, terminar de una vez por todas con las muertes absurdas.
Delicadamente recorté pequeños carteles en los cuales escribí - BIEN GRANDE - una serie de indicaciones que luego pegué en el vidrio caliente de todo farol que encontré en mi camino: CUIDADO - SOL ARDIENTE - VOLAR CON PRECAUCIÓN - ANTE MAREOS, ALEJARSE. Y demás cosas así.
No quise escribirles la verdad absoluta - ESTO NO ES EL SOL - pues la verdad en estado puro siempre es incómoda y causa pánico. Imagínense, todo un enjambre de bichitos desorientados volando desesperados hacia el sol verdadero; alguna óptica de auto u otro artefacto lumínico, por supuesto, otra ilusión.
Una vez terminada la tarea el barrio quedó a ciegas. Tanto cartelito había tapado por completo la luz farolera del pueblo. La muerte de insectos se había reducido de miles, a dos o tres por hora.

Cuando me propongo algo lo cumplo, soy tan tenaz como un testarudo insecto fototrópico camicaz.
Ho satisfacción! No mas pérdidas, no más explosión de tripas, al menos
en mis dominios.

“Jaime Bausares: salvador del holocausto alado, digno de un Novel, distinguido y reconocido científico amateur, condecorado por la National Geographic y tantas distinciones mas”.
Esa euforia tan repentina y fugaz que se le trepa a uno a la cabeza cuando se cree famoso duró nada.
Sin luz artificial, solo nos iluminaba la luna, luz gorda, redonda, azul. Luz que poco a poco comenzó a apaciguar.
Miré al cielo para ver que sucedía. Una nube espesa y zumbante subía amorfa directo hacia la luna.
Pero... ¿No era que estos insectos adoraban al sol? Yo creía que...
Cuando di cuenta de mi error ya era tarde. Si serán porfiados; luz sea lo que sea, cueste lo que cueste. Ahora adorando a un frío sol.
En la ciudad todos a ciegas.
El enjambre de astronautas había sellado por completo el astro celeste.
Ahora el pánico lo sufríamos nosotros.

- Algún farol por favor!

Tristezas de Julio

jueves, 16 de octubre de 2008

Te extrañamos tanto...
Si habrá llorado el lagarto Juancho cuando todo herido se fue de la casa,
¿te acordas?
John aún sigue enterrado en el fondo del patio. Lo sé, fue un descuido infantil, algo triste que para que vamos a ahondar en el tema.

Ese ímpetu que tenías de investigarlo todo, las horas que nos dejabas de lado puesto en cuclillas para mirar a las hormigas. Pasó tanto tiempo. Nos preguntamos si seguirás observándolas.

La goma de camión se hizo humo. Tus armas secretas fueron desbaratadas y el cuartel junto con los soldados vaya a saber uno en qué batalla se perdieron.
El hombre de las dos cabezas está muy bien, vive en el lavadero de tu tía. Te manda saludo a dúo ¡que cómico! También viven allí el rubio de melena afeminada y el gato verde. El buda, misterioso como siempre, impone respeto desde el estante mas alto.

Hay cosas de las que fuimos testigos que no tendrían que contarse, como la matanza de caracoles en aquella tarde de verano después de la lluvia. Lamentamos decirte que no lograste exterminarlos a todos. Los caracoles son habilidosos jugadores de escondidas y por más que uno busque e investigue en todos los rincones siempre queda alguno sin revisar, y ahí está un caracol cuernitos al sol.

Cuántos recuerdos Julio...
Las veces que te habrás peleado por alguno de nosotros. Eso nos ponía orgullosos.
-Esta tarde se pelea por mí– decía yo.
-Cuánto a que lo hace por mí– decía otro.
Y resulta que lo hacías por el que estaba último en la fila, el de la pierna rota.

Solo te reprochamos una cosa querido Julio. No te lo queríamos decir al principio, pero luego discutimos y decidimos confesarte, esperamos lo entiendas, y es que creciste muy de golpe, muy de sopetón te convertiste en hombre y nos olvidaste. Ojo, sabemos que a veces tomás el té con tus recuerdos y nos dibujás en el aire, el problema es que no lográs reflotarnos a todos y siempre te queda alguno a mitad de camino, en el agujero negro de la memoria. Eso genera celos y malestares.
Sin embargo siempre te agradeceremos el habernos dado vida y en su momento, el habernos querido tanto. Nos hiciste tan felices Julio...

Te amamos mucho.
Tus juguetes.
 
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