El verano hincha los adoquines de una calle de San Telmo.
- Me tenés los adoquines hinchados, verano – diría San Telmo.
El vaho tiembla el aire.
Una disputa celosa juega ping pong entre dos edificios enfrentados, separados entre sí por la calle que arbitra el partido, hace de red y sanciona el cruce corpóreo dejando colar solamente las palabras a grito pelado.
Desde las ventanas distantes, con un lenguaje verdaderamente animal, comienza el partido:
- Vos sos un Moscabeja, hoy me mandás a la miércoles y mañana me tiras con flores!!! Ponete de acuerdo, o mosca o abeja.
- Y como querés que trate a una Luciernagata como vos, que en plena luna llena se florea por la vecindad con cuanto Caballornero se le cruce.
- Vos crees que por tener un cargo municipal podés llevarte a todos por delante. ¡Acaso te crees Gorilagarto!
- Momentito. Que yo sea delegado de San Telmo y sus adoquines hirvientes no-te-da-de-re-cho a llamarme Gorilagarto. ¡Vacaraña de cuarta!
- Sos pesado como Orcaballo, che. Debe venir por parte de padre.
- No te metas con Papagayo eh! Que yo soy mas javaliebre que cualquiera; no se me escapa ni una, y eso a vos no te conviene porque no podés florearte tranquila.
- Pensá lo que quieras Moscabeja.
- ¡Eh, che! No cierres la ventana Luciernagata. Que te pensás. Ma” si...
La rabieta crispa el aire estival, que caliente de por sí, se eleva unos 3 grados por encima del pronóstico anunciado.
Partido culminado, triunfa Moscabeja por abandono de Luciernagata.
En Santelmo suceden cosas así, de vez en cuando sus viejos edificios juegan ping pong, se enfrentan, se ganan, se pierden, se festejan. Laten las pasiones en grititos redondos que rebotan en la cara, en la vereda y en la cara. Cara, vereda, cara. Cara, vereda, cara. Hasta que alguno no aguanta más el calor y cierra la ventana de un sopetón.
- Me tenés los adoquines hinchados, verano – diría San Telmo.
El vaho tiembla el aire.
Una disputa celosa juega ping pong entre dos edificios enfrentados, separados entre sí por la calle que arbitra el partido, hace de red y sanciona el cruce corpóreo dejando colar solamente las palabras a grito pelado.
Desde las ventanas distantes, con un lenguaje verdaderamente animal, comienza el partido:
- Vos sos un Moscabeja, hoy me mandás a la miércoles y mañana me tiras con flores!!! Ponete de acuerdo, o mosca o abeja.
- Y como querés que trate a una Luciernagata como vos, que en plena luna llena se florea por la vecindad con cuanto Caballornero se le cruce.
- Vos crees que por tener un cargo municipal podés llevarte a todos por delante. ¡Acaso te crees Gorilagarto!
- Momentito. Que yo sea delegado de San Telmo y sus adoquines hirvientes no-te-da-de-re-cho a llamarme Gorilagarto. ¡Vacaraña de cuarta!
- Sos pesado como Orcaballo, che. Debe venir por parte de padre.
- No te metas con Papagayo eh! Que yo soy mas javaliebre que cualquiera; no se me escapa ni una, y eso a vos no te conviene porque no podés florearte tranquila.
- Pensá lo que quieras Moscabeja.
- ¡Eh, che! No cierres la ventana Luciernagata. Que te pensás. Ma” si...
La rabieta crispa el aire estival, que caliente de por sí, se eleva unos 3 grados por encima del pronóstico anunciado.
Partido culminado, triunfa Moscabeja por abandono de Luciernagata.
En Santelmo suceden cosas así, de vez en cuando sus viejos edificios juegan ping pong, se enfrentan, se ganan, se pierden, se festejan. Laten las pasiones en grititos redondos que rebotan en la cara, en la vereda y en la cara. Cara, vereda, cara. Cara, vereda, cara. Hasta que alguno no aguanta más el calor y cierra la ventana de un sopetón.