Según parece, dichas fuerzas venían investigando el asunto hace rato.
En horas de la madrugada se supo la verdad. Él paquidermo compraba arrugas a gentes de todas partes del mundo a
precios regalados.
Como es bien sabido, ninguna persona quiere sus arrugas, nadie aceptaba naturalmente las marcas del tiempo. Hablo con conocimiento de causa. Mi tía Lupe se quitó las arrugas de la cara, 75 en total, en una clínica implicada en el asunto. El centro estético enviaba las arrugas extractadas al continente negro ocultas en vacunas contra el Tifus. Como éste, existían cientos de laboratorios vinculados al negocio y cientos de artilugios para el contrabando.
- El sistema era variado- declaraba Gladiolo - A veces las traían los mandriles, a veces venían ocultas en las rayas negras de las cebras o en las melenas de los leones.
- ¿Usted no sabe que no se puede mezclar en negocios con los humanos? – Indagó soberbio el Juez.
Gladiolo frunció el seño.
- ¿A caso ustedes no hacen negocios con los elefantes?
Mi abuelo y dos de mis hermanos fueron vendidos a un zoológico de la ciudad de París.
Miles de amigos fueron acribillados y perseguidos por el marfil. Mi tatara tatara abuelo fue convertido en teclas de piano y mi tío Alfio está embalsamado en el museo de ciencias naturales de Ottawa.
- Infame!! Lávese la trompa antes de hablar así de nuestra raza! Miles de años de evolución para que un animal como usted nos venga a blasfemar de ésta manera.
Gladiolo fué maltratado verbal y físicamente a lo largo de todo el juicio. Cuando se negaba a confesar lo encerraban en el calabozo y le soltaban ratones. Cierto día le hicieron oler pimienta para luego atarle un nudo en la trompa. Lo disfrazaban con tutú rosa y moño tono, y lo paseaban en la plaza pública para algarabía de todos.
Una vez encontrada la punta del ovillo se procedió a descifrar el uso que los paquidermos daban a las arrugas.
Entonces, después de varios “interrogatorios”, Gladiolo confesó:
- las arrugas que ustedes detestan, tienen un potencial increíble. A nosotros nos encanta arrugarnos. Hasta les regalamos arrugas a nuestros bebés recién nacidos para que vengan al mundo ya sabios y salvos.
Haciendo un paneo general en la corte, el gesto era unánime: bocas abiertas, ojos que buscaban ojos cómplices, cierto desconcierto. Murmullos que crecieron a gritos que maduraron en discusiones.
Lógico, en el fondo todos conocían la verdad soslayada.
Semejante cachetazo a la grandeza humana hizo entreabrir un poquito los ojos.
Países ventajeros, perdón, desarrollados, exportaban a modo de regalo sus arrugas hacia el África. Materia prima que sumaba memoria y sapiencia a los elefantes y reducía cerebritos en las grandes ciudades.
Tiempo después el elefante fue absuelto y ya nadie se acuerda de nada. El contrabando arrugado sigue creciendo a ritmo agigantado.