La enfermedad del sillón

lunes, 17 de noviembre de 2008

El sillón estaba ahí desde antes que supiéramos del mundo, verde musgo, húmedo y gastado. Pero lejos de la normalidad de cualquier mueble, éste sufría una rara enfermedad. Anita me dijo que el sillón estaba enfermo y que de un día para el otro le habían brotado monedas en el respaldo, en los posa brazos, en los almohadones, en todos lados. Que la primera que encontró, si mal no recordaba, era una de cobre, le siguieron 3 de plata, una de Uruguay y 8 de diferentes tamaños y valores. Después perdió la cuenta. Anita tenía que decir la verdad, era la dueña de la casa y del sillón. No creo que se tomara el trabajo de sujetarlas con pegamento, además cuando las recogíamos no quedaba evidencia alguna de pegote, ni siquiera ofrecían resistencia. Es más, a las pocas horas aparecían otras, como granos en la cara, sumándose al acné general.
Javier tampoco encontraba explicación lógica, decía que eso lo pasaba a los sillones muy viejos, como el de Anita, y que él tenía un tío en el campo, de mote “Galo”, poseedor de un sillón de idéntica sintomatología.
Le preguntamos a Javier si nunca había averiguado a su pariente la causa del misterio y el nos contestó que en ese entonces era muy chico y que hablaba muy pocas palabras como para indagarle dicha cosa.
Anita sugirió que debíamos ir a visitar al tío de Javier para revelar el misterio. Los tres acordamos la expedición y decidimos partir lo antes posible, al día siguiente.
El gallo cantó que se escuchó en todo el pueblo. A las seis y media nos encontramos en la esquina de casa y comenzamos el viaje.
En el camino Javier nos advirtió que no nos asustáramos, que tío Galo estaba un poco chiflado y que tendríamos que seguirle la corriente para entrar en confianza.
Luego de tres horas de caminata por senderos ripiosos llegamos a destino. La casa era grande, estilo colonial. Nos recibió un perro petizo y gordo, tan gordo que le costaba mover la cola.
- ¿Quién anda ahí Matute? – gritaron desde adentro de la casa. La puerta estaba entreabierta.
El perro ladró tres veces.
- ¿Estás seguro Matu? – dijo la misma voz. El perro volvió a ladrar y la puerta comenzó a abrirse de a poquito dejando asomar una nariz enorme llena de pozos, unos lentes culos de botellas, labios hundidos a falta de dientes y lo que es peor, una escopeta de dos caños que apuntaba directo hacia nosotros.
- Rogelio, te dije que no te iba a pagar el chancho flaco que me vendiste! - gritó el de la escopeta, escupitajos por medio - Encima venís con dos patoteros más.
Flor de susto nos pegamos. Anita y yo le metimos codazos en las costillas a Javier para que reaccionara.
- Tío Galo, soy yo, Javier, tu sobrino del pueblo.
- Ah sí, y yo soy Moria Casán sin peluca. Matute nunca miente. Justo a mi me van a venir a engrupir.
Con solo mirarnos nos dijimos todo. Efectivamente el viejo estaba fuera de sus cabales, y en su locura, de alguna manera se comunicaba con el perro.
- Mirá tío, si querés te puedo decir la fecha del cumpleaños de tu hermano Pedro, que es mi papá…
Y al fin tío Galo, con tan precisa información, bajó la escopeta convencido de que era su sobrino quien venía a visitarlo junto con dos amigos más. A la pasada le pegó un puntín al perro acusándolo de que cada vez se le entendía menos cuando hablaba. Pasado el malentendido, nos convidó chocolates artesanales y entablamos una conversación mas civilizada.
- ¿Tío, todavía tenés ese sillón que brota monedas?.
- Si m’hijo, ¿cómo no voy a tenerlo?
Y nos llevó hasta el living. Era verde, bastante más grande que el de Anita, pero curiosamente no tenía moneda alguna en toda su extensión.
- Pero… ¿qué pasó con las monedas? – dije yo.
- Ah, es que cuando descubrí por que las brotaba, dejó de hacerlo. – dijo tío Galo.
Entonces a pedido nuestro nos reveló el misterio:Puso un puñado de diez monedas en los bolsillos del pantalón de Anita y repitió la misma acción con Javier y conmigo. Nos invito a sentarnos de a uno a la vez en el sillón, y luego pidió que revisáramos los bolsillos. Para sorpresa, a todos nos faltaba alguna que otra moneda. Luego levantó los almohadones, las recogió y nos dijo:
- ¿A quién no se le ha escapado una moneda del pantalón al acomodarse plácidamente en un sillón? Cuanto más viejo un sillón, más gente se ha sentado, por lo tanto más rico es el tesoro que esconde; llega un día en el cual su dueño se digna a limpiarlo, y ahí comienzan a aparecer los centavos. Quedamos asombrados, la teoría había colmado nuestras expectativas, y cuando estuvimos de regreso en casa de Ana, efectivamente revisamos los almohadones y curamos al sillón. Meses más tarde, volvió a enfermar apestando de monedas de todo tipo y valor.

8 comentarios:

DANA dijo...

Quiero que mi sillon se enferme para q me de monedas...las necesito!

d

musiquita dijo...

Conozco también butacas de auto con ese síntoma. Un mal generalizado al parecer! Ahora, eso de monedas internacionales... el único debe ser el de Anita. Capaz es un sillón inmigrante... Besos!

Diego dijo...

Dana: Revisalo bien, seguro le brotó alguna monedita al tuyo.
Yo también las necesito! Voy a poner 10 sillones en mi casa para tener una producción considerable.

Sol: Una pandemia, se pierden millones en todo el mundo!
Se cree que el sillón vivió en Uruguay cuando joven.

Che, rebotín con la nota al final! Era muy buena!
Besos

musiquita dijo...

Ah! Pero querido, ya encontraré un nuevo testimonio. Avisame si sabés de alguien.
Uno conoce a miles de personas así, pero al momento de recordar... parece que nunca conoció a nadie.
Beso!

ani dijo...

Uyy..en mi casa hay objetos enfermos por todos lados...mesas, sillas, televisor, la mesa de la computadora...los sillones ni hablar (y eso que son jóvenes)

Sigo? Anajo de las camas, en la mesita de luz...

casi todas de 10 centavos...no se ilusione amigo...no me alcanza para pagarle tantos cafés de máquina!

Será porque no curo mis muebles muy seguido ja ja

Y Usted sabe que es verdad...y se debe estar riendo...perversito!

ani dijo...

Soy mejor preparando mates que curando muebles...imaginesé...Hermoso cuento!

VITALIA dijo...

Genial historia! veo que el buen escritor sos vos! Además de que me hiciste reír mucho! Muy desopilante.
Es cierto, los sillones viejos con viejos pero ricos, poque cobran en monedas por cada sentada y el dueño paga sin darse cuenta. Astucias de viejo jaja.

Me encanta tu blog. Voy a pasearme por aqui, ya pasé una vez y lei: los manosucias y los almasucias. Quizá me recuerdes.

Un beso

Diego dijo...

Anita: conozco las pestes que sufren tus muebles, jeje. creo que tu mesa me robó unas moneditas la otra vez, pero por despiste del matero.
Besopilantes!

Vitalia: bienvenida!. Se agradecen tus palabras.
Pasaste? pero no firmaste creo, por eso no supe que lo habías hecho.
Nos estamos leyendo... Besos!

 
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